Miro como caen los últimos rayos del atardecer y como penetran en las nubes, formando así las más extrańas composiciones de colores rosados y anaranjados.
Mientras tanto, espero la llegada de la noche mientras se van los contrastes de luz que se desvanecen en el horizonte.
Veo un avión. Un punto blanco en el horizonte. No se sí regresa o emprende su viaje.
Ya paró de llover. Pero la lluvia ha dejado su rastro en mi ventana.
Miro el paisaje y lo contemplo. A lo lejos, en el mar, veo unas luces. Luces de grandes barcos e inmensos cruceros. Pienso en las personas que están formando sus propios recuerdos en alta mar. Me imagino a esas personas vestidas de gala, cenando en sus respectivas mesas; de gustando quizá un poco de vino y charlando; tal vez riendo.
Vuelvo a la realidad y me fijo en las pequeñas altas luces que hay en la autopista. Realmente pienso que su función es mágica. Guían a las personas en su largo trayecto cuando oscurece y aportan luz a la noche. Hay muchas cosas las cuales no nos fijamos cuando emprendemos un trayecto pero que siempre están ahí.
Ya a lo lejos veo la magnífica iglesia del Tibidabo que enciende sus luces al caer la noche. También lo lejos puedo divisar las luces de la gran ciudad. Pequeños destellos que se iluminan para asombrarnos....